viernes, 14 de septiembre de 2007

caminos antiguos tradicionales

Los caminos antiguos: Breve introducción a su tipología

Darse cuenta en el terreno de que un camino es antiguo no resulta especialmente difícil. Tampoco es muy difícil distinguir si se trata de un camino natural acondicionado o de un camino construido, excavado…, es sencillo observar las cicatrices dejadas en el paisaje. Ahora bien, otra cosa ya reservada para los expertos es pretender datarlo, fijarse en sus restos: piedras que dibujan una espina de pescado, muretes laterales de contención, o simplemente una caja hundida o una huella de carro difusa. Mejor será intentarlo estudiando los puntos que une o lo que se localice en sus proximidades, contextualizándolo, indagando en la toponimia y en los archivos y aun así siempre nos asaltará la duda.

La traza de un camino es el resultado de la interacción de factores históricos diversos con las características físicas del territorio (no es lo mismo atravesar un bosque cerrado, una cumbrera, una vaguada, un llano…). Vamos a intentar hacernos una idea del origen de estos caminos.

Emprender un viaje y adentrarse en bosques cerrados y sombríos, valles profundos, donde no se sabe lo que puede acontecer, ni lo que verdaderamente encierran, sería una tarea muy arriesgada a la que debían someterse con frecuencia nuestros antepasados.

Eran tiempos en los que los mapas y las brújulas estaban reservados a grandes expedicionarios como por ejemplo Carlo Magno y siglos después Cristóbal Colón, pero no por ello las necesidades de moverse eran menores. Desde la prehistoria necesitaban establecer vías para aprovisionarse de sílex con que fabricar las herramientas o para perseguir a sus presas, después vino el pastoreo y la agricultura, caminos entre aldeas para acarrear heno, helecho, manzanas…. Surgió el comercio, rutas para el transporte de lanas, vino, trigo de Castilla hacia Europa y a la vuelta paños desde Flandes… Se desarrolló la industria o protoindustria, caminos carriles para llevar la vena a las ferrerías, grano para los molinos, y en un ámbito más local caminos para acudir a las ferias, ir a la escuela, a la iglesia o al cementerio....y así hasta nuestros días.

Ahora bien, cómo conseguirían estos viajeros orientarse y conocer las rutas? Sin duda alguna, para no perderse lo más sencillo sería seguir los pasos de otros, el terreno pisoteado y sin vegetación, las huellas de los caballos... Es así como debemos imaginarnos que, poco a poco, se fue tejiendo esa malla extensa de calzadas, caminos reales, burdibideak, andabideak y sendas que hoy conocemos como caminos antiguos.

En un principio eran más fiables las rutas a cierta altura, por lo menos desde una cota elevada se domina mejor el paisaje y por tanto se podían orientar mejor para bajar a los puntos de destino y huir ante un peligro en una dirección conocida. Pero ya desde la Baja Edad Media se conquista el fondo del valle, con la nueva concepción mercantil, el surgimiento de las villas como lugares de posta, descanso, carga y seguridad. Este triunfo acaba por consolidarse ya en la Edad Moderna. Fue necesario ensanchar los antiguos senderos destinados al tránsito de gentes y ganado vacuno, construyendo los caminos de recuas, abiertos a pico de martillo en los peñascales, siguiendo con frecuencia su trazado las orillas de los ríos y arroyos.

El gran salto cualitativo es la idea de la velocidad, que con retraso con respecto a otros países, no nos llega hasta el siglo XVIII. Hay que esperar hasta el XIX para apreciar su repercusión sobre los caminos.

Estamos hablando de las exigencias de la diligencia o transporte rápido de viajeros. Esta supone el fin de los caminos antiguos y el comienzo de las carreteras, ya que los estorbos y dificultades que antes solo eran cuestión de tiempo, para las diligencias que basan su éxito en la rapidez y regularidad suponen un gravísimo inconveniente. Se modifican curvas y rasantes, comienzan los proyectos de mejora, se cobran arbitrios o impuestos sobre el txakoli transportado para financiarlos y así se ha continuado hasta nuestros días.

Tras este breve repaso nos imaginaremos mejor la tipología de caminos antiguos que tratamos a continuación, abarcando desde su origen hasta la velocidad del siglo XIX.

- Los caminos reales como el mayor rango para las antiguas vías de comunicación.

Varía su anchura según la época y usos pero nos quedamos con los 14 pies (3,92 m) que tienen en el siglo XVIII, dando una idea de su importancia. Son las arterias de comunicación de la época, las que permiten el nacimiento de un comercio y movimiento de población constante. Equivalen a las carreteras principales de hoy día ¿errege-bide = errepide?. Son por lo general encalzadas y su protección, conservación y mantenimiento es específica del rey. Ya en el Viejo Fuero de Bizkaia, constan referencias a estos caminos.

El cuidado y preparación de los tránsitos reales es uno de los temas que más aparecen en la documentación antigua, con toda la parafernalia de preparativos, tamboriles, danzas y arreglos que ello conlleva. Se conservan Cartas Reales desde 1507, 1553, etc., enviadas al Corregidor de Bizkaia y éste a su vez a las villas y anteiglesias con el mandato de reparar calzadas y caminos.

Felipe el Hermoso instaurara el servicio de postas y correo que debía unir el lugar de residencia de la Corte con las principales ciudades europeas a través de los caminos reales, permitiendo cambiar de caballería aproximadamente cada dos leguas (existieron 30 postas de Madrid a Bilbao) y acelerar así notablemente el servicio de correo y los viajes rápidos.

- A continuación estaría la categoría de burdibideak o caminos carretiles.

A estos se les daba una anchura aproximada de siete pies (1,96 m).
En contra de lo que podíamos pensar, todavía a finales de la Edad Media, el carro no se había generalizado, se seguía confiando a los animales de carga, burro o mulas, la mayor parte del transporte terrestre y los carros, tirados en general por bueyes yugados, se usaban en cortas distancias para faenas agrícolas o para transporte de vigas de madera o sillares de piedra para la construcción de los caseríos. Salvo los enfermos, las personas no usaban vehículo alguno para viajar de un lugar a otro.

Parece ser que el carro no produjo ningún problema significativo en las vías hasta que apareció la llanta de hierro. Al principio el carro era bajo con ruedas de madera sin llanta herrada y servía para labores agrícolas y domésticas, después, desde el siglo XVI-XVII, se fue reforzando cada vez con más hierro haciendo las llantas más estrechas y cortantes, con clavos que sujetan la llanta a la rueda y presentan sus cabezas en la superficie exterior, extremo que acaba por convertirlas en peligroso enemigo de la integridad de las calzadas. Resulta bastante común hoy en día observar las huellas lerak, como raíles dejadas en las calzadas por el paso de los carros.

La solución a este problema no era nada fácil, teniendo en cuenta que con las ruedas herradas los carros se podían cargar mucho más y por tanto resultaba difícil convencer a los transportistas y comerciantes para que no los utilizaran. Comienzan los conflictos, se colocan pontones y ya desde el siglo XVI se establecen decretos para que los carros de mercancías transiten por los caminos carriles, dejando las calzadas para otros tránsitos que no perjudicasen su empedrado. Hay que pensar por ejemplo en todos los viajes que se harían con la vena para las ferrerías …..

Era muy común que junto a la caja del camino carretil y a una cota más elevada, excavada en su talud, se situara la estarta o camino estrecho por donde circulaba el peatón, para no tener que hacerlo por el firme embarrado por el paso de los animales.

En general en la Edad Moderna a pesar de que se introdujeron estas mejoras en los carros, se estima que el tráfico a lomos de animal seguía siendo muy superior al rodado.

- En último término se sitúan las sendas, caminos de herradura, bidezidorra, oinezbide.

A éstas se les da una anchura o latitud de cuatro pies (1,12 m), para el tránsito a pie o de caballerías.
Su arreglo al igual que en el caso de caminos carretiles y funerarios estaba al cuidado del vecindario que los reparaba periódicamente o cuando se producía una defunción, en régimen de trabajo vecinal, auzolana, es decir la comunidad contribuía en una fecha prevista al mantenimiento y limpieza de estas vías proporcionando el Ayuntamiento vino para todos.

Se encuentran todavía testimonios de gentes que al utilizar estos caminos para dirigirse del caserío al pueblo o centro social, llevaban los “zapatos de los domingos” en una bolsa para cambiarlos por los viejos sucios y embarrados, escondiendo estos en alguna esquina antes de llegar.

Personas, mulas, caballos, incluso asnos se cargaban a máximo, transportando alforjas de grano, harina y otras mercancías. La normativa tenía en cuenta que aunque estrechos estos caminos debían estar libres de estorbos hasta la altura correspondiente al jinete montado en el caballo, podando árboles o eliminando todo aquello que pudiera molestar.

- En una categoría especial mencionamos los caminos funerarios, andabideak.

Hasta hace menos de cien años, mucha gente los recuerda, existían unos caminos específicos por los que se llevaba el cuerpo del difunto desde la casa mortuoria hasta la iglesia y el cementerio. Estos caminos servían en algunos lugares para todas las relaciones entre la casa y la iglesia, como bautizos, bodas o cumplimiento dominical, de aquí que se les conociera también como elizbideak o caminos de la iglesia y caminos de misa. En otras partes tenían la consideración más propia de caminos funerarios, aunque no exclusiva, ya que por ellos discurrían otras procesiones religiosas como las rogativas. Recibían distintas denominaciones tales como andabideak o caminos de andas, gorpuzbideak, o caminos del cuerpo, guruzbideak, caminos de la cruz e hilbideak, caminos mortuorios.

Generalmente su trazado se ha mantenido inalterado en el tiempo. Se tiene un respeto religioso por ellos, el camino tiene consideración sagrada. Si se modificaba el itinerario por hallarse intransitable un tramo o por otras razones, el paso del cadáver, de la cruz que encabezaba el cortejo o de la propia comitiva fúnebre creaba servidumbre de camino, existiendo fórmulas consuetudinarias que advertían de su creación o impedían que se constituyera.

Se desconoce el origen exacto de la costumbre de utilizar los caminos funerarios que ha estado extendida en otros países y lugares. Según José Miguel de Barandiaran, en tiempos pasados la tumba estuvo unida a la casa, pero con el cristianismo el panteón se separa del hogar para ocupar un lugar junto a las de otras casas en el templo común o en su derredor. La sepultura continuó adscrita a la casa y ligada a ella también por el camino de conducción, elizbidea, hilbidea, zurrunbidea.
Cada casa o caserío tenía su camino de conducción porque, según se dice, por él antiguamente fue llevado el primer difunto de la casa.

Los antecedentes remotos del camino funerario –nos dice a mediados de los años veinte Bonifacio de Echegaray - habría que buscarlos en el derecho romano donde existía la servidumbre iter ad sepulcrum, reconocida a favor de quien siendo dueño de una tumba no tenía sin embargo camino para poder llegar hasta ella. Para resolver la situación, al propietario del sepulcro se le proporcionaba el acceso por el campo en el que estaba emplazado, reconociéndole el derecho de paso que debía acatar el dueño del terreno. Ello era consecuencia de la adscripción de la tumba a la familia. En este derecho de paso hay que situar un precedente lejano al nuestro, aunque esta práctica es opuesta a la observada en el País Vasco donde la tumba sigue de ordinario la suerte de la casa y, en su caso, se traspasa el dominio conjuntamente.